Entre violencia extrema y protección extrema


El extremismo es una triste característica del lado agresivo de nuestra sociedad contemporánea. Muchos dicen que está fomentada por las redes sociales y los algoritmos que alimentan opiniones radicales en quienes las usan. La violencia relacionada con delincuencia, mafias, carteles, etc, es cada vez mayor e incluso el terrorismo se usan como declaración de posturas y territorios, con un enorme sufrimiento y costo de vida para la población civil inocente. Su combate y las leyes que controlan esta violencia y terror siempre están sujetas a exigencias y polémicas. ¿Donde termina la protección y comienza la violación de derechos fundamentales? Esta es la pregunta que ha protagonizado uno de los debates morales más controversiales del siglo XXI. Debido al aumento significativo en la violencia y en las amenazas terroristas a nivel mundial muchos gobiernos han implementado leyes estrictas para combatirlo, pero estas medidas a menudo generan preocupación sobre el uso excesivo de la fuerza y las violaciones de los derechos humanos. Encontrar un equilibrio adecuado entre la seguridad y la protección de las libertades civiles se ha convertido en un desafío mundial.

Como caso icónico de la representación de esta polémica en Latinoamérica está el del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, admirado por unos, que lo consideran liberador del crimen y terrorismo institucionalizado por “las maras” y criticado por otros, debido a la violación de los derechos humanos. No parece haber matices en la percepción que genera, al igual que la postura de muchas personas frente a este tema. 

Las leyes contra la violencia extrema y  el terrorismo tienen como objetivo principal prevenir, investigar y sancionar actos de violencia. Están diseñadas para proporcionar a los gobiernos y las agencias de seguridad herramientas eficaces para enfrentar las amenazas terroristas, que pueden ser tanto internas (de grupos radicalizados por opiniones, contrabando como carteles de drogas u otros) como externas. Estas leyes suelen incluir medidas como la vigilancia masiva, la detención preventiva y la ampliación de los poderes de las fuerzas del orden y las agencias de inteligencia. Una característica común de las leyes antiterroristas es la ampliación de la capacidad de vigilancia del Estado. Esto puede incluir la interceptación de comunicaciones, la recopilación de datos de los ciudadanos y el uso de tecnologías avanzadas para monitorear actividades sospechosas. Por ejemplo, la Ley Patriota (Patriot Act) de Estados Unidos, promulgada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, permitió una expansión significativa de la vigilancia gubernamental, reduciendo las restricciones legales para la interceptación de comunicaciones.

Otra medida clave en muchas leyes antiterroristas es la detención preventiva. Este tipo de detención permite a las autoridades mantener a sospechosos bajo custodia sin cargos formales por períodos más largos que los permitidos en circunstancias normales. Por ejemplo, en el Reino Unido, la Ley Antiterrorista de 2006 permite la detención sin cargos por hasta 28 días, lo cual es considerablemente más largo que el límite estándar de 48 horas para sospechosos de crímenes comunes. Las leyes contra el terrorismo también suelen incluir el endurecimiento de las penas para los delitos relacionados. Esto puede abarcar desde la ampliación de las sentencias de prisión hasta la introducción de nuevas categorías de delitos específicamente relacionados con el terrorismo, como la financiación del terrorismo o la incitación al terrorismo.

El principal aspecto de la ley contra el terrorismo es que proporciona a los gobiernos y las agencias de seguridad herramientas eficaces para enfrentar las amenazas. Pero ¿Cuál es la respuesta apropiada ante estos peligros?

Equilibrio entre marcos legales

Pero lo que una vez fue una serie de medidas aceptadas llegaron hasta tal punto que empezaron a enfrentarse a otros derechos y leyes: como aquellas contra la fuerza excesiva, diseñadas para prevenir el abuso de poder por parte de las autoridades y garantizar que el uso de la fuerza sea proporcional, necesario y legal. Estas leyes son fundamentales para la protección de los derechos humanos y para mantener la confianza pública en las instituciones de seguridad. Una característica clave de estas leyes es la regulación estricta del uso de la fuerza. Esto incluye normas claras sobre cuándo y cómo se puede usar la fuerza, así como la prohibición de ciertos métodos considerados excesivos o inhumanos. Por ejemplo, la Convención contra la Tortura de las Naciones Unidas prohíbe la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Las leyes contra la fuerza excesiva también establecen mecanismos para investigar y sancionar casos de abuso. Esto puede incluir la creación de órganos independientes encargados de supervisar las actividades de las fuerzas del orden y garantizar que se respeten los derechos humanos. Además, se promueve la rendición de cuentas a través de procedimientos legales que permiten a las víctimas de abusos buscar justicia. Las directrices sobre el uso de la fuerza de la ONU establecen principios básicos para los cuerpos de seguridad, que enfatizan la necesidad de que el uso de la fuerza sea proporcional, necesario y en conformidad con los derechos humanos.

Esto pone a toda sociedad que busca combatir la violencia en un conflicto interno, el cual se basa en una sola pregunta: ¿Cuál es la respuesta apropiada? Sí los esfuerzos de la gente encargada son muy pobres no podrán hacer nada antes de que se pierdan miles de vidas, pero sí la respuesta es excesiva lo único que creará será terror y resentimiento contra las fuerzas locales, lo que irónicamente puede terminar ayudando a quienes ejercen este tipo de actos violentos.

El equilibrio entre ambos marcos legales, entre los derechos humanos y la seguridad social, no es fácil de conseguir. Casos como los de Edward Snowden antiguo miembro de la CIA, que el año 2013 reveló entre otros documentos, pruebas de programas de vigilancia masiva en USA, caso que aún se debate si es una irrupción en seguridad nacional de eses Estado, o derecho del público a conocer estas intromisiones en su vida privada.

Pero por lejos el elemento más complejo de este tema es el hecho de que no hay una respuesta aplicable a todos los casos y muchas veces la correcta solución sólo puede analizarse posterior a los eventos, con consecuentes pérdidas de vida, materiales y terror social.

Lo más probable es que cada persona tenga una postura, en un tema tan delicado y con tanto impacto social como este. Pero para tener una solución es muy importante tratar de encontrar un justo equilibrio, que cuando hay violencia, vidas humanas y pérdidas materiales de por medio es difícil de comprender y de proteger.

Hay miles de ejemplos en la historia acerca del debate entre ambas leyes, y el hecho de que no se haya resuelto solo indica que tan complejo es el problema.

Este no es un problema con una solución mágica, aun queda por ver sí tiene una respuesta pero es necesario enfrentar el problema con el conocimiento de que, cualquier solución que encontremos, deberá enfrentarse a situaciones que la pondrán a prueba.